La exposición se presenta en el Salón del Tinell del MHUBA, que consta de una nave abovedada de planta rectangular. El montaje distingue claramente el bloque de los ídolos (que corresponde al Paleolítico, el Neolítico y la Edad de Bronce: mundo arcáico) del de los iconos o imágenes (Edad del Hierro: mundo clásico) gracias a un distinto tratamiento espacial y lumínico. El recorrido es continuo y sigue una única dirección. No se establece una verdadera separación entre los distintos grupos de objetos.
La nave se parte longitudinalmente por medio de un muro curvilíneo (un eco lejano de las formas de las diosas-madre, un guiño hacia éstas) y autoportante, de color blanco y textura lisa (hecho con dos caras formadas por paneles de yeso «Pladur» sobre una estructura metálica), macizo y continuo. El muro, hueco en su interior, permite esconder todos los cables de la luz y las alarmas.
En este muro se abren unos nichos oscuros en cuyo interior se incrustan unas vitrinas de vidrio laminado -dos caras verticales transparentes, dos caras verticales opacas de tonos terrosos, y las caras superior e inferior también opacas- cuyo tamaño y altura se adecúan al de las piezas.
Estas vitrinas sobresalen ligeramente con respecto al plano del muro, cuya continuidad interrumpen, y en el cual están orientadas formando un ángulo variable (lo que permite observar el objeto desde varios puntos de vista). Estas cajas son como quistes cristalinos, cajas de cristal que pueden girar alrededor de un eje, lo que permitirá orientarlas en función de las obras, antes de fijarlas. En estos «nichos» o «grutas» se expondrán todas las piezas arcáicas.
Las vitrinas responderán a normas de seguridad convencionales. Son estables, tienen llave de seguridad especial -en caso de incendio, sin embargo, podrán abrirse sin dificultad- y no llevarán materiales que puedan alterar los objetos. Estos se colocarán a través de una de las caras de material opaco movibles. Un segundo muro semejante al anterior y que sigue la misma orientación sirve como soporte de textos y material gráfico, a la vez que define dos ámbitos cerrados y cubiertos, oscuros y aislados para los audiovisuales. Textos, imágenes y gráficos irán serigrafiados en blanco y negro o en bitono sobre paneles de cristal tratado al ácido presentados sobre los muros Esta primera área estará en una relativa claridad, de la que destacará la luz (idealmente, fibra óptica) que emanará de las vitrinas.
Unos módulos lisos y circulares, colgados mediante unos nervios metálicos de la parte superior de los muros, crearán un techo no contínuo más bajo que el de la sala -léanse como reflejos de las formas de la diosa de la tierra en el cielo, como claves de arcos de medio punto, o como pálidas lunas, atributos (opuestos al de los dioses masculinos solares) de las diosas terrenales.
De este modo, se configura un ámbito alargado y recoleto – semejante a un pasadizo o una galería subterránea- que permitirá
que el público se enfrente más tranquilamente a los ídolos.
La segunda parte de la exposición invierte el recorrido. La atmósfera es muy distinta. Aquí el espacio está menos condicionado, es, en cierta manera, más «abstracto» o geométrico, más frío y más luminoso (entra luz por los altos ventanales del Salón).
Las líneas curvas u orgánicas han desaparecido. Aquí se descubre toda la altura y los arcos del Salón. El espacio gana en amplitud.
Las piezas, clásicas o naturalistas, se disponen según un esquema compositivo racionalista (interpretación moderna del purismo clasicista). Se agrupan en vitrinas aisladas, apoyadas sobre peanas paralelipédicas dispuestas contra unos muros rectilíneos del mismo material que los muros quebrados o de cristal translúcido, blanquecino, que, junto con unas «alfombras» –lisas o con algún grafismo-, definen tres núcleos, girados con respecto al espacio central, correspondientes a los tres conceptos o funciones que encarnan respectivamente Afrodita, Ártemis y Démeter. De este modo, se sugiere visualmente que las imágenes ya no están apegadas a la tierra, ni emanan directmente de ésta.
Las esculturas y estatuillas respiran libremente, como si se hubiesen desligado de la tierra y fuesen obras hechas para ser contempladas fuera de todo contexto.
Antes de la salida, sobre una peana circular que actúa a modo de rótula con el mundo venidero -que es que se muestra en la Capilla de Santa Águeda, y que es el nuestro- se descubre una pieza central que cierra un mundo y se abre a otro, distinto al tiempo que conectado con el anterior: una estatuilla copta de una mujer o diosa amamantando a un niño, que los estudiosos interpretan alternativamente como Isis y Horus o como María y el Niño.